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«A través de las dificultades, hacia las estrellas»

“PER ASPERA AD ASTRA” 

Séneca

Desde el mismo momento del nacimiento el ser humano es susceptible de recibir heridas. Es precisamente esta vulnerabilidad la que nos permite desarrollar la virtud de la fortaleza. De este modo somos capaces de resistir y sobreponernos a ellas.

El campo de acción de esta virtud suelen ser los impedimentos, las trabas, los obstáculos, etc. Una persona fuerte es aquella que se esfuerza por conseguir un bien superando las dificultades. Cuando progresivamente vamos renunciando a pequeñas cosas que nos apetecen y optamos por aquellas que nos hacen mejor persona, pudiendo requerir además un mayor esfuerzo, vamos creciendo en esta virtud.

El consumismo que actualmente vivimos da lugar a que se actúe, en muchas ocasiones, en base al “me apetece” en lugar de al “quiero, aunque me cueste”. A esto podemos añadirle el modo “sobreprotector” de educar a los niños por parte de las familias, caracterizado por querer evitar cualquier tipo de esfuerzo, responsabilidad y sufrimiento en los hijos. Todo esto acarrea un escaso desarrollo de la virtud de la fortaleza en ellos. Es fundamental que ya desde pequeños nuestros niños vayan poniendo en práctica esta virtud, además, la fortaleza constituye la base del resto de virtudes, pues sin esfuerzo no es posible adquirir ninguna otra.

La situación que se nos presenta hace necesario que familia y escuela vayan de la mano para lograr un correcto crecimiento y desarrollo del niño.

Padres y profesores podemos hacer florecer esta virtud trabajando estas otras:

El orden: Tener un horario de comidas, de actividades y de sueño proporciona al infante calma, autoestima y seguridad, permitiéndole anticipar lo que va a pasar desde los cimientos de la confianza. Enseñándole a dejar cada cosa en su sitio pondremos las bases para que el día de mañana tenga orden en sus prioridades y luche por lo verdaderamente importante.

La paciencia y la tolerancia a la frustración: Desde una edad temprana nuestro pequeño debe aprender a cómo manejar la frustración. No siempre puede ni debe obtener todo lo que pide, pues saber lidiar con el fracaso y con los errores propios es parte de la vida. Debemos enseñarle a tener paciencia, para conseguir lo que desea.

La perseverancia: Representa un esfuerzo constante para que el niño logre lo que se propone y encuentre soluciones a cualquier obstáculo o dificultad que pueda tener para alcanzar sus objetivos (comer solo, vestirse solo, etc.)

Generosidad: Tenemos que elogiarlo cada vez que tenga un gesto generoso. Hacerle ver lo bien que se siente cuando comparte sus juguetes con otros niños. Es muy eficaz hacerle sentir la felicidad que arrastra la generosidad.

El autodominio: Podemos proporcionar al niño un lenguaje que muestre autocontrol, enseñándole frases como “me gustaría ahora, pero esperaré hasta más tarde”, “voy a esperar mi turno”, “puedo compartirlo contigo”. Del mismo modo, tenemos que establecer metas que el pequeño debe de ir alcanzando con esfuerzo, tenacidad y firmeza, facilitando el desarrollo de su confianza. En definitiva, tenemos que ayudar a los niños desde que son pequeños a establecer la bases para desarrollar esta virtud, con ello conseguiremos que su voluntad se vea fortalecida en los años posteriores, repercutiendo de manera positiva en su crecimiento y desarrollo como persona y, por tanto, en su felicidad.