Por Ms. Maria Invención Dueñas Núñez
Cuando hablamos de sobreprotección, hablamos de un exceso de protección hacia los hijos por parte de los padres. La sobreprotección se da cuando se protege a los niños de algo que pueden hacer por sí mismos. Protegerles es un aspecto vital, pero sobreprotegerles, un error y la diferencia entre ambas, es el exceso.
Podemos definir sobreprotección como algo que va más allá de cuidar a los hijos, algo que implica tomar decisiones, pensar o solucionar los problemas de éstos.
Puede darse en pequeños o grandes gestos. Como, por ejemplo, abrigar a los niños demasiado por miedo a que contraigan alguna enfermedad o no explicarle la pérdida de un ser querido por evitar su sufrimiento. Cuando sobreprotegemos a los más pequeños, les estamos impidiendo hacer o vivir cosas para las que sí están preparados.
Debemos tener en cuenta que nuestros hijos necesitan de estas vivencias para afrontar determinadas situaciones como tolerar la frustración, luchar por conseguir un objetivo y el esfuerzo y la constancia que conlleva.
Los padres con tendencia a sobreproteger a sus hijos suelen poner pocas normas y tienden a dar muchas recompensas a cambio de poco esfuerzo. Eva Millet, nos describe algunos modelos de padres sobreprotectores, destacando tres de ellos:
- Padres “helicóptero”: siempre pendientes de los deseos y necesidades de los niños, lo que hace que crezcan dependientes de sus mayores.
- Padres “apisonadores”: padres que evitan cualquier dificultad que puedan encontrarse los niños por el camino, lo que les hace crecer con una baja tolerancia a la frustración.
- Padres “guardaespaldas”: padres que protegen a sus hijos de todo y de todos, haciendo de ellos niños miedosos e inseguros
La sobreprotección en los más pequeños puede tener diversos efectos negativos como la falta de autonomía, de autoestima o de seguridad. Disminuye el desarrollo de la creatividad y de la personalidad. Si no les dejamos equivocarse, les estamos limitando.
Cabe destacar que el exceso de sobreprotección nos puede llevar a encontrarnos a niños con una baja tolerancia a la frustración.
Tolerar la frustración se puede desarrollar incrementando su presencia en las frustraciones, aceptar la incomodidad ante el malestar, retrasar la gratificación inmediata y realizando aquello que uno se resiste a hacer. Cada vez que encuentren un obstáculo en sus metas y se les anime a trabajar contra ellos, estaremos construyendo su tolerancia a la frustración.
La sobreprotección fomenta justamente lo contrario, o se anticipa para evitarle el obstáculo o bien se les da todo de manera inmediata, sin esfuerzo. Todo ésto tiene consecuencias negativas en el desarrollo psicoemocional de los niños, como el miedo, falta de confianza en uno mismo etc.…. Con todo esto, incapacitamos a los niños y les creamos inseguridad.
La clave reside en educar sin sobreproteger. Y ¿cómo podemos hacerlo? Trabajando la resolución de problemas, apoyándoles y no solucionando todas las dificultades que se encuentren en su día a día, dejarles espacio para relacionarse y jugar con sus iguales, fomentando su protagonismo, el diálogo con ellos, dejarles equivocarse, tomar la iniciativa, motivarles para que se esfuerce en conseguir lo que quieren y tratarles de acuerdo con su edad dejando que se enfrenten a los problemas que les puedan surgir.
Por eso es necesario que entendamos que los hijos necesitan límites y que les acompañemos en su desarrollo, pero siempre dejándolos ser ellos mismos y dejando que se equivoquen para que así aprendan y tengan un buen desarrollo psicoemocional en su edad adulta.