Todos o casi todos hemos visto en alguna ocasión una rabieta infantil, pero pocas veces nos paramos a pensar en cómo se define este concepto.

Entendemos por rabieta al conjunto de actuaciones y manifestaciones tanto emocionales como físicas que realiza un niño a modo de expresión de sus emociones negativas de frustración o rabia, experimentadas muy intensamente y expresadas con gran virulencia en un corto espacio de tiempo.
Aunque muchos padres pueden encontrar estas situaciones irritantes, injustificadas e incluso preocupantes, lo cierto es que la presencia de rabietas es normal e incluso frecuente en la infancia, sobre todo alrededor de los 2 y 3 años de vida.

Existen muchas causas que pueden desatar una rabieta, algunas de las cuales son 1. Llamar la atención. La primera rabieta de un niño empieza solo por llamar la atención, y rara vez para manipular a los padres, pero si la recompensa es recibir mucha atención gratificante, puede ser una razón importante para pronto tener otra. 2. Querer algo que no tiene. Deben aprender a esperar y a aceptar lo que les decimos. 3. Intentar probar su independencia. Cuando intentan hacer algo y no les sale, nosotros intentamos ayudarle, pero no quiere, se frustra porque no puede hacerlo solo. 4. Frustración interna. La sensación de impaciencia creciente junto con su limitada habilidad para tener éxito con las cosas que intenta o no ser capaz de expresarlo por su falta de habilidad lingüística, puede desencadenar en una rabieta. 5. Celos. Normalmente dirigidos a un hermano, cuando su deseo de conseguir algo no se cumple. (De ellos hablaremos más adelante).
¿Cómo gestionarlas?
Las rabietas infantiles pueden ser difíciles de llevar y pueden dejarnos paralizados y sin saber qué hacer. Es por ello por lo que a continuación mencionamos algunas pautas básicas para intentar gestionarlas.

En primer lugar, resulta altamente contraindicado el hecho de gritar o pegar al niño para parar la rabieta. Más que hacer que se tranquilice ello le puede confundir todavía más e incluso generar más malestar hacia la persona en cuestión.
Lo que sí se recomienda es permanecer cerca y tener en cuenta la manifestación de sufrimiento, pero sin por ello transigir o mimarle. Es importante mantenerse firme y no ceder sino queremos que nuestro hijo aprenda que puede servir para manipularnos.
También resulta de utilidad dejarles claros los límites y la conducta que se espera de ellos, así como una vez pasada la pataleta empezar a trabajar con él aspectos como la expresión de emociones tanto positivas como negativas.
Una de las cuestiones que anteriormente mencionábamos como posible causa de una rabieta, eran los celos. En la infancia, es habitual la aparición de celos tras el nacimiento de un hermanito. En cierto modo, el niño se protege y reclama seguir teniendo la misma atención que se le dispensaba antes y que ahora tiene que ser compartida.
Normalmente, la respuesta del niño que padece los celos actúa con envidia y resentimiento hacia la persona intrusa que se percibe como un rival para compartir el mismo espacio afectivo.
Los celos son normales dentro del curso evolutivo del niño y a edades tempranas (a partir de 2 años hasta los 4 o 5 aproximadamente). La etapa más sensible es cuando la llegada del hermano se produce durante la fase de apego.
El estilo educativo de los padres, así como el clima familiar son también factores importantes a tener en cuenta. En aquellos hogares donde los padres adoptan un estilo abierto, comunicativo, de igualdad de trato, de afecto compartido, sin establecer comparaciones y sabiendo destacar lo mejor de cada uno, es donde se pueden minimizar los riesgos de celos.

En general, los niños celosos pueden manifestar alguna de las siguientes conductas:
-Cambios de humor no justificados
-Signos de infelicidad. Lloro frecuente sin motivo.
-Aparición de nuevas conductas (no presentes hasta la llegada del hermano o ya superadas), normalmente desadaptadas con el simple motivo de llamar la atención de los padres (pipi en la cama, negarse a comer, agresividad injustificada hacia objetos o animales, comportamiento social anómalo…)
– Cambios en la expresión oral y gestual. Vuelta a un lenguaje más infantil con presencia de gestos inmaduros como chuparse el dedo.
– Alteraciones en los hábitos alimenticios (menos apetito o más selectivo con los alimentos) y de sueño (insomnio, despertar nocturno, solicitar dormir con los padres…)
– Negativismo, terquedad, dificultad para obedecer. En algunos casos más extremos, agresividad manifiesta y actitud desafiante hacia padres y compañeros.
– Negar los errores propios y culpabilizar a otros (en especial al hermano objeto de celos) de sus problemas o errores.
¿Qué estrategias pueden ayudarnos?
La mejor forma de regular los celos es intentando conocer cual es el origen de lo mismos. Debemos tener en cuenta la historia previa del pequeño, su edad, circunstancias…
Una vez identificados los celos, los padres y demás familiares relevantes deberán consensuar una estrategia común para ayudar al niño.
Es fundamental establecer un equilibrio en el trato a los diferentes hermanos y que no se establezcan comparaciones.
Siempre es más eficaz alabar aspectos positivos que recriminarle los negativos.
Aumentar el tiempo de juegos y actividades en familia es buen método para mejorar la comunicación y estrechar lazos.
Responder con tranquilidad a los episodios celosos, sin recriminaciones, comunicándole nuestra decepción por su comportamiento y dejar de prestarle atención.

Recordad que debemos entender sus conductas como síntoma de un malestar y no desde la perspectiva adulta. Intentad después en la medida de lo posible razonar lo ocurrido y darle la atención emocional que necesita.